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LOS LIBROS

Si no llega a ser porque me asfixié con La Máquina del Mundo nunca hubiera publicado nada.

Poco importa el valor que puedan tener las páginas que emborrono, uno escribe para sí mismo y para sus personajes, nunca piensa en el lector. Como pone Borges en boca de Alfonso Reyes: "Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo borradores"; puede ser..., yo lo hago porque me asfixié con un libro con el que me anduve divirtiendo veinte años. 

La Conjura de Alejandría
 

Lubna y Fátima, las secretarias de Al Hakam II, siervas de la geometría, de la poética y del griego amaron al mismo hombre, Ibrahim Ibn Saprut, hijo ilegítimo de Hasday Ibn Saprut que a su vez fue primer ministro y médico de Abderraman III y que tradujo, en colaboración con el monje Nicolás, un códice de Dioscórides, regalo que el emperador de Bizancio entregó al Califa de Córdoba.

 

“Sólo el amor no se convierte en polvo y ceniza; y como el Cielo, que es necesario pero que no vemos, así residirá siempre cuando es puro."

La Arena Infinita y Otros Relatos 

Hace mucho tiempo que ya no existen libros impresos. No existe el papel, aunque todavía puede verse en los museos y en los anticuarios.

 

Ni me daba esperanzas ni me aliviaba el pensar que iba a encontrar allí abajo a otros seres tan salvajes como ella. Empecé a hacerme preguntas conforme bajaba por el desnivel: ¿Qué extraños arquitectos se sepultaron en esta inhóspita tierra congelada y escondieron sus vidas bajo los hielos para que nadie los encontrara?, ¿qué miedo ancestral los poseía?, ¿de qué verdugos, que perturbaron sus instintos, huyeron en el principio de los tiempos en ese éxodo sin retorno?, ¿cómo se grabaron en su carne prehistórica los ritmos de los hielos, el empuje de los vientos y la lectura de las sombras?

Las Primeras Palabras

Entrar en estas Breves Historias de la Literatura es entrar por una puerta de entre las infinitas que se abren cuando cogemos un libro entre las manos para lanzar al aire esos espíritus hechizados que Emerson creía desparramados por todas las Bibliotecas.

 

Que un mismo volumen cambia su significado según cada lector es indudable, ya que cualquier libro se rige, así al menos lo pienso yo, por esa ley que lo deja en manos del pasado, del presente y del futuro de éste. Según Escoto Erígena, en boca de Borges, hay tantas Biblias como lectores de la Biblia por la infinitud de sus sentidos; lo mismo pasa con cualquier libro, porque son los lectores quienes le dan la forma definitiva y no el autor, a eso podemos denominarlo alta traición.
Estas Breves Historias de la Literatura tienen la intención de referir algunas de las infinitas maneras de leer un libro, tal vez, entre todos podamos aprender algo de las narraciones y textos de los grandes autores que pueblan estas páginas.

El Oficio de Escritor

Apuré los días en Roma para conocerlo mejor. Me lo presentó un escritor francés, nacido en Argel, con fama de solitario que me espetó: “¿solitario, me decís?, de momento, puede; pero estaríais muy solos sin estos solitarios”. Y yo le creí; por eso me he dejado acompañar casi siempre por algún que otro manuscrito suyo.

Una vez me dio por buscar en París a ese bastardo, que Goytisolo llamó héroe, protagonista o autor; bastardo que intentó en alguna ocasión confundirse con él y lo consiguió; al menos, le echó una mano publicando unos artículos que luego el héroe aprovechó sin sonrojo proclamándolo en la dedicatoria del libro.

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