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CON HERÓDOTO POR LÍBANO


Siempre que he viajado para pasar una temporada relativamente larga en algún lugar, he llevado conmigo cuatro libros: Las Flores del Mal de Baudelaire, (por un motivo puramente romántico), una Antología Poética de Pessoa (por motivos existenciales), la Historia de Heródoto, (porque es el libro con el que andaba por las guerras Ryszard Kapucinski, el autor de Viajes con Heródoto) y Del Dolor y La Razón de Joseph Brodsky (un libro de ensayos del poeta ruso que es, poco más o menos, su testamento poético).

Hace unos años pasé un tiempo en Líbano; y sentado en un restaurante de Tiro junto a un bonito faro blanco, a los pies del Mediterráneo, me dio por releer a Heródoto y por pensar que desde ese mismo punto partieron naves fenicias 3.100 años antes para encontrar a la vera de Tartessos una pequeña península bañada por un Océano que era el confín del mundo y fundar sobre ella una ciudad que ahora se llama Cádiz. Tal vez recordando la Caditisde la que habla Heródoto en su Libro III de la Historia:


“Y, en efecto, sólo por aquel paraje que Fanes indicaba, se halla entrada abierta para el Egipto. La región de los Sirios que llamamos Palestinos se extiende desde la Fenicia hasta los confines de Caditis: desde esta ciudad, mucho menor que la de Sardes, a mi entender, siguiendo las costas del mar, empiezan los emporios y llegan hasta Jeniso, ciudad del Árabe, cuyos son asimismo dichos emporios…”



Desde Cádiz en Iberia, cuenta el profesor Bernardo Souviron, “los fenicios introdujeron en el Mediterráneo el estaño, elemento imprescindible para la elaboración del bronce, sin el que la historia de Occidente hubiera sido muy diferente”. Y continúa: “navegantes fenicios circunnavegaron África en el siglo VI A. C., y doblaron el hoy llamado Cabo de Buena Esperanza dos mil años antes que Vasco de Gama, y una ciudad fundada por Tiro, fue llamada por los avatares de la historia a jugarse el futuro del mundo frente a Roma; su nombre era Cartago”.

No hay duda de que la historia del Líbano es la historia de nuestros orígenes; en su devenir está la semilla de Europa; en su alfabeto la invención del arma más grande jamás creada, la palabra escrita, y en sus primeros pasos la primera hebra de la civilización occidental.


Poner los pies en Líbano es poner los pies en el origen de Occidente.


“La Historia de Occidente”, escribe el profesor Bernardo Souvirón, a cuyas clases asistí durante tres años, “se ha fraguado en lugares que no destacan en los mapas y que, con frecuencia, se han perdido en la memoria de los que habitan sólo en el presente”.


“En el Oriente del Mediterráneo”, continúa Souvirón, “hay un país pequeño cuyo nombre apenas cabe en el espacio que ocupa en los mapas. Perdido entre sus poderosos vecinos, apabullado por los avatares de la historia, ese pequeño país, casi engullido entre el mar y los desiertos, conocido sólo como asiento de conflictos que parecen adherirse a su piel como la niebla a la cima de sus montañas preñadas de cedros, ha dado a la historia de Occidente el hilo por el que ha transitado la energía de la civilización y del progreso”.


El mismísimo nombre de Europa tiene su origen en el desenfrenado amor de un dios por una muchacha de Tiro, hija del rey Agenor, a la que raptó disfrazado de Toro, y que sacó de esta tierra de Líbano para llevarla a un lugar que ahora porta su nombre: Europa, “la de ancho rostro”.


Una historia menos mítica, narra Heródoto, en su Libro I, dejando constancia del rapto de una muchacha llamada Europa, hija del rey de Tiro, en venganza por el secuestro de la princesa Ío, hija del rey de Argos, a manos de navegantes fenicios.


Escribe Heródoto en su Historia:


“Así dicen los Persas que Ío fue conducida al Egipto, no como nos lo cuentan los griegos, y que éste fue el principio de los atentados públicos entre Asiáticos y Europeos, mas que después ciertos Griegos (serían a la cuenta los Cretenses, puesto que no saben decirnos su nombre), habiendo aportado a Tiro en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel príncipe una hija, por nombre Europa, pagando a los Fenicios la injuria recibida con otra equivalente.”


Continúa Heródoto narrando estos actos de raptos, pillaje y secuestros, hasta enlazarlo nada menos que con el rapto más famoso de todos los tiempos: Helena de Troya, esposa de Menelao, sacada del reino de los Atreidas por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya y que fue el origen de una guerra que se cantó como ninguna otra se ha cantado nunca. Homero con las armas que puso en sus manos el alfabeto fenicio, conquistó para la Historia no sólo los valores y costumbres que aun se imponen entre los hombres, sino el futuro de Occidente.


Heródoto en su Libro III de la Historia intenta aclarar un poco quién enseñó a quién el arte de la escritura y narra lo siguiente:


“Ya que hice mención de los Fenicios venidos en compañía de Cadmo, de quienes descendían dichos Gerifeos, añado que entre otras muchas artes que enseñaron a los Griegos establecidos ya en su país, una fue la de leer y escribir, pues antes de su venida, a mi juicio, ni aun las figuras de las letras corrían entre los Griegos. Eran éstas, en efecto, al principio, las mismas que usan todos los Fenicios, aunque andando el tiempo, según los Cadmeos, fueron mudando de lenguaje, mudaron también la forma de sus caracteres."


Nada más y nada menos que los Fenicios que habitaron las tierras de Líbano enseñaron a los griegos el arte de leer y escribir.


Pensé que, efectivamente, en suelo libanés se encuentra la semilla de Europa, pero que lo olvidamos fácilmente, abrumados, ellos y nosotros por los problemas diarios. Sentado, allí, en Tiro pensé que era hora de recordarlo y entender lo mucho que le debemos a su pasado y lo mucho que debemos hacer por su futuro.


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