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ESCRITORES DE DERROTAS, UN ENSAYO ESPAÑOL


Cada vez que vuelvo a Sanlúcar me gusta releer los libros, los cómics y los cuentos con los que viví de niño tantos años. Y lo sigo haciendo cada verano. Cada verano me embarco en la racista y victoriana Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, con destino al río Congo; luego, con Tex Willer y Kitt Carson galopo por las reservas navajas buscando malvados que bien pudieran ser ellos mismos; o, viajo a las montañas de Afganistán buscando al hombre que pudo reinar junto a un periodista al que le dieron el Nobel por contar como nadie las excelencias del colonialismo; y, en estos momentos me dispongo con William Travis a apoyar con mi cómic de los años setenta a los defensores de El Álamo contra los mexicanos.

Pero hay un libro-cómic que influyó mucho en mí, incluso para elegir profesión. Yo quiero ser como él, yo quiero ser Lawrence de Arabia. Yo quiero ser el teniente coronel Lawrence y viajar por Bosnia, Croacia, Kosovo, Líbano, Malí, Turquía…


Así que leí cientos de veces cómo «la ciudad de Wejh estaba muy bien fortificada, pero no había problema porque Lawrence le prometió a Feisal que tendría la ayuda de la escuadra británica y que el enemigo no esperaría ese ataque». Y yo me subía a un camello y deseaba que las fuerzas británicas vencieran allí donde estuvieran.

Por ahora, todo parece correcto, salvo por el pequeño detalle que yo era un niño que había nacido en la marinera Sanlúcar de Barrameda en Cádiz, España. Pasado el tiempo, y revisando lo editado en estos últimos cuarenta años, veo que nada ha cambiado y que tanto los libros, como la televisión o el cine siguen escribiendo las tormentas en el mismo sentido. Yo sigo leyendo esas historias lejanas y que mantengo en propiedad porque la infancia debiera ser la mejor de las patrias posibles; pero, ahora surge la pregunta: ¿por qué un niño de España ha crecido leyendo tantas historias norteamericanas o británicas y las pocas españolas que llegaron hasta él fueron exclusivamente de derrotas, ya fueran en Trafalgar o en Rocroi?


Nadie ignora que nada es casual. Nadie ignora que el arte redime y que la Historia la fijan las imprentas y la sujetan en la memoria los grandes escritores por encima de los historiadores. Crear los mitos es la esencia de la memoria, como bien nos llevan enseñando los griegos durante más de 2.500 años.

La imprenta, ese regalo de Dios como la llamó Lutero, fue el comienzo; y las redes que se tejieron desde ese principio fueron su continuación y, hoy, ese arma de comunicación lo domina el mercado que, sin duda, lo subyugan los vientos que vienen del Norte y que hablan inglés. Un idioma que, dicen, es de rigurosa necesidad aprender.

Ahora, que ya voy solo a las bibliotecas, decidí saber por qué tenemos esa feroz influencia contra nosotros mismos. Es un ensayo infinito que nunca terminaré; pero, al menos, voy a dejar aquí alguna pincelada. Y estoy escribiendo esto de noche y de memoria.

Puedo empezar por la Relaciones de Sucesos que surgieron allá por el siglo XV y donde la lucha de la propaganda en pequeñas hojas volaron sobre todo durante la guerra de Flandes y la lucha contra Inglaterra. Desde esos momentos comenzó a pergeñarse no sólo la Leyenda Negra, sino los tiempos blancos que ahora abrazamos. Y eso lo han conseguido incluso luchando contra la mejor literatura que se ha escrito nunca; la literatura en español. No importa de qué mares venga.


Saben que provengo de una saga de marinos mercantes que no dejaron un océano sin recorrer; por eso, no extrañará que mi navío de referencia sea la Santísima Trinidad, un navío de línea de cuatro puentes y 140 cañones, el mayor de su época.

Pues, tengo que decirles que no he parado de leer cómo fue su hundimiento después de la batalla de Trafalgar, cómo fue desarbolado, en más de cuarenta libros en varios idiomas, ya sea Galdós, Delitte, Cornwell o Pérez-Reverte, buena literatura sin duda. Pero, por ejemplo, no he visto esa misma buena literatura cuando la Santísima Trinidad y la flota española que lo acompañaba apresó más de cincuenta barcos ingleses y sus cañonazos demolieron la cubierta de más de treinta navíos en la batalla del Cabo de Santa María, nadie hizo nunca tantas presas. ¿Por qué? Y no hablo de libros de estudio, que son infinitos los primeros que tratan de Trafalgar en comparación con los segundos. Hablo de literatura, hablo de arte que es lo que fija la memoria y la posteridad. Un escritor con mayúsculas o un pintor con mayúsculas. ¿Por qué esos escritores no escriben de esas historias y sí lo hacen hasta la saciedad de las derrotas?

También he navegado en el San Ignacio de Loyola, el Glorioso, y me ocurrió lo mismo. Escritores, pintores y escultores que relatan su rendición y apenas se tratan en la literatura esos combates de leyenda donde, antes de esa fecha, mandó al fondo de los océanos a doce navíos británicos. Si sumamos las derrotas y victorias de las armadas españolas e inglesas durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX no se pueden imaginar el abrumador número de victorias navales españolas. Pero, para qué vamos a escribir, que escriban y piensen otros. ¿O a lo mejor hay otros motivos que vienen desde dentro que hace que los escritores españoles de altísimo nivel no acojan estas historias y trabajen en otro sentido? o ¿tal vez la Historia de España también ha ayudado sobre manera a llevar a esos escritores a remar en esa dirección?


Como estoy escribiendo de memoria, es de noche y hace años que no bebo ron pirata, voy ahora a hablar de un escritor, romántico por supuesto, con el que soñé ser: José de Espronceda; libertario, fundador de la sociedad secreta Los Numantinos, admirador de Riego que viendo su ejecución prometió vengarlo, amante de una mujer casada, la bellísima Teresa Mancha, y exiliado en Inglaterra por ese rey felón que fue don Fernando VII. Y en Inglaterra, «el país de la libertad», se da a componer un himno que todos los niños españoles han aprendido desde siempre de memoria: La canción del pirata.

¿Es posible queen España, conociendo su historia de lucha contra los corsarios y la piratería con mucha valentía marinera y siempre venciendo, el poema por excelencia evoque a un pirata como héroe? Nunca un escritor da una puntada sin hilo y Espronceda no iba a ser menos, incluso aunque veinte presas hayamos hecho a despecho del inglés. ¿No sería más coherente con los hechos históricos un poema dedicado a las heroicas gestas contra piratas en Cartagena de Indias, La Coruña, La Habana, Cádiz o Mar del Plata? Entonces, para Espronceda un pirata está bien como héroe español. ¿Nadie entre los escritores de talla conocía por ejemplo a Blas de Lezo? Lo dudo. Pero, ¿quién exilió a Espronceda? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Espronceda y ojalá escribiéramos así todavía.

Y voy a continuar, pues es de noche y escribo de memoria, con José María Blanco White, a quien estimo tanto como escritor y pensador, y por quien bebí los vientos como hacía Juan Goytisolo. Blanco White nació en Sevilla, descendiente de irlandés y española, cuya familia paterna ya sufrió despojos bajo Cromwell, y su familia materna era hidalga y vivía de una renta. Blanco White, sacerdote, escritor, liberal y, en lo que nos importa, exiliado a Inglaterra en 1810 durante la guerra de la Independencia. En Londres conoce a Lord Holland, político inglés. que le presenta a Thomas Campbell, director de la revista The New Monthly Magazine y para la que Blanco White trabajó bajo el seudónimo de Leocadio Doblado y donde escribía sobre todos los prejuicios británicos acerca de los españoles que en el mejor de los casos eran tildados de fanáticos y atrasados, «lo cual puede que fuera cierto».

Pero, desde luego, no podía quedar ahí la cosa, sino que le dieron los fondos para que fundara un periódico de nombre El Español, me suena mucho ese nombre de periódico, que atacó como nadie a las Cortes de Cádiz de 1812 y dio bien la batalla durante la guerra que libraron los países hispanoamericanos por su independencia, con razón o sin ella. No es causa menor que consiguieran desde Londres que fuera el periódico más leído en América en español. Enviando sus mensajes, claro. Pero, ¿quién exilió a Blanco White? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Blanco White y ojalá escribiéramos así todavía.

Casos como el de José María Blanco White han sido muchos a lo largo de nuestra historia, escritores que con forzados exilios terminan fijando en sus volúmenes nuestro pasado. La lista es difícil de cerrar, pues en los siglos XIX y XX en España no podía pretenderse que los escritores abocaran sus textos a nada diferente a su visión española desde el exilio; aparte, claro está, de ser apoyados con los intereses contrapuestos por las diferentes naciones del norte.


Podría nombrar, aunque es de noche y escribo de memoria, por ejemplo a unos grandes autores a los que admiro mucho y que trabajaron exiliados para la BBC británica, es decir para el gobierno británico. El primero de ellos, Manuel Chaves Nogales que ha terminado fijando la guerra Civil con su conjunto de relatos A sangre y fuego, cuyo prólogo es para enmarcar y, también, Arturo Barea y su Forja de un rebelde, que por esos avatares del destino es una novela que leemos ahora traducida del inglés. O Luis Portillo, que también trabajó para la BBC y que fue quien fijó muchos meses después las palabras de Unamuno en el Paraninfo de Salamanca. Fue él quien relató en The last Unamuno´s speech lo que allí se dijo: «Venceréis, pero no convenceréis». ¿Seguro que fueron esas las palabras exactas? ¿Quién sabe? Los tres terminaron escribiendo relatos sobre la Guerra Civil española en la revista Horizon británica, y son los que ahora leemos. Pero, ¿quién exilió a Chaves Nogales, a Arturo Barea, a Luis Portillo o a Cernuda? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Chaves Nogales, a Arturo Barea o a Luis Portillo y a Cernuda y ojalá escribiéramos así todavía.

Como es de noche y escribo de memoria, puedo permitirme los saltos en el tiempo y en la geografía; por eso, voy a un lugar que históricamente por mil motivos aprecio mucho, el Rif, durante la Guerra de África en aquellos años veinte del pasado siglo. Y me da por pensar que una guerra con tantos hechos y que tantísimo influyó en la política española del siglo XX tenga tan poca presencia en la literatura española.

Son pocos los autores, grandes escritores, que fijan la Guerra del Rif; y ahí aparecen de nuevo Arturo Barea, posteriormente exiliado en Londres, con La Ruta, el segundo volumen de su trilogía La forja de un rebelde y Ramón J. Sender, posteriormente exiliado en Estados Unidos, con Imán; grandes libros que recomiendo leer; pero, que también se embarcan en una visión que viaja en una única dirección hacia el conocido Desastre, como un «símbolo de todas las miserias que arrastraba el país con una estructura caciquil y una sociedad atrasada». Pero, ¿quién exilió a Ramón J. Sender y a Arturo Barea? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Ramón J. Sender y ojalá escribiéramos así todavía.

Bien es cierto, que esos libros eran necesarios; pero eso no es óbice para que no surgiera una literatura de esa Guerra, vista no sólo a los ojos del Desastre. Hay muchas causas para ello; pero, para mí, la fundamental era la profunda grieta que había entre los ambientes civiles y militares, entre la sociedad y el Ejército, hecho que venía de las profundas divisiones que arrancan con la Guerra de la Independencia, afrancesados que vivían la cultura y un pueblo analfabeto y de nuevo hastiado; para continuar con las infinitas guerras civiles que asolaron el país durante casi dos siglos y que lo redujeron casi a la nada.

Si viajamos, por ejemplo, a la I Guerra Mundial veremos que todo Oxford, todo Cambridge, todo Harvard, todo Princeton, todos los universitarios de esos países van al combate, y cuando vuelven cuentan sus vivencias con sus aspectos negativos, pero también con muchos positivos que crean una épica de la que todavía estamos bebiendo; aparte de que eran los dueños de las imprentas y del comercio. Sin embargo, en nuestros Guerras del Rif, nuestro Desastre de Annual, todos esos universitarios, toda esa gente de cultura no coge, como Johnny, su fusil y se va al campo de batalla. Hasta allí la cultura, la gran masa culta no pone los pies; y podemos imaginar cómo lo consigue. No se puede esperar entonces una amplia literatura que cree una épica. Sólo se puede esperar que salte a la luz literaria la corrupción generalizada en gobiernos y ejército; y situaciones del combate que sólo llevan al desastre.


Sobre la guerra en África me dio por leer, pues me parece una figura que no debiera ser ligeramente olvidada, a Carmen de Burgos, que firmaba como Colombine. En la guerra, 1909, puede considerarse una alegoría de todo intento, que se convierte en fallido, de modernizar España, y no pone su foco en los hechos de guerra, sino en los sentimientos y los dolores de esos soldados; en ese espejo en el que se reflejan de las misma manera los pobres campesinos españoles que a la guerra llevan y los igualmente pobres rifeños. Por cierto, la figura del moro en la literatura española anterior al siglo XVI es una figura muy positiva, solía describirse como un hombre sabio, a quien se iba en busca de consejo por su cultura.

La Literatura y la Historia tienen a veces esos poderes semánticos. Y la Historia de España más que ninguna porque aquellos que podían hacerlo nunca se dieron a ello, baste decir que desde el año 1592 que se escribe una Historia General de España no se escribe otra hasta los trabajos de Modesto Lafuente en el siglo XVIII. Demasiado tiempo, cuando se trata de luchar con la imprenta, no importa de dónde soplen los vientos, si a favor o en contra. Cuando se escribe y se consigue que el comercio de la imprenta funcione, se gana. En eso son expertos nuestros vecinos del Norte.

Nadie ignora que el anverso es la historia de la sociedad y el reverso es el arte, que es eterno en el tiempo, porque mientras hay humanidad hay arte. Pero, ¿quién ha movido los hilos del arte o quién los mueve todavía? ¿Quién no cambiaría el mundo que no le gusta?, ¿pero cómo?: «Con Arte, con mucho Arte.»

Precisamente ahora, que es de noche y escribo de memoria, quería comenzar mi Ensayo sobre los escritores de derrotas; esa rara habilidad, que tienen los escritores españoles y que parece que va en su código instintivo. Pero, acabo de recibir una llamada en inglés, (con lo que me gusta enseñar mis dotes lingüísticas anglosajonas, no hay español que no desee eso), y me han explicado de nuevo por dónde se mueve el mercado editorial, de dónde salen los best-sellers, y las consecuencias que puede tener en la edición y en las posibles traducciones de mis novelas esta decisión mía de apartarme de todas esas historias que leí de niño. Aparte de que no me convendría echar al vuelo, así como así, una posible serie de conferencias en universidades de Estados Unidos a lo Óscar Wilde. También he pensado en el exilio, ¡pardiez!

Me han convencido y creo que voy a volver a coger de nuevo mi cómic de 1969, que narra la leyenda de Lawrence de Arabia, porque no sé si se lo he dicho; pero, de niño yo quería ser Lawrence. (Que no se enteren los de la llamada de teléfono en inglés; pero, ahora, quiero ser como el coronel Gabriel Morales, soldado, académico, arabista e historiador).




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