LA TORRE DE MARFIL
- norbertoruizlima
- 20 nov 2015
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Escribe Sábato en su obra Heterodoxia que el derrumbe de nuestro tiempo suscita dos actitudes opuestas entre los artistas e intelectuales: el lanzamiento hacia la aventura y la acción (Malraux, T.E. Lawrence, Saint Exupery); o el refugio en la torre de marfil (Valery, Borges). Acción o contemplación, existencia o esencia. Y es probable que en ambos casos actúe la misma misteriosa fuerza, que busca el orden en medio del furioso caos; pues el hombre tiende siempre - quizá por pavor cósmico - a la búsqueda de un orden; ya sea instaurando la ciencia, la religión, el estado, las artes, los sistemas filosóficos o la policía.
No es fácil, imagino, responder a la pregunta de si debe el arte, la literatura, apartarse de la sociedad para vivir por sí misma y para sí misma; o, por el contrario debe tomar partido por la vida y todas sus circunstancias hasta terminar envuelta por ésta; a veces, arrollada y, a veces, adulterada por la misma sociedad.
Para mí, los dos autores más representativos del escritor que decide crear su obra, alejándose del mundo y metiéndose en una torre de marfil son Juan Ramón Jimenez, un autor muy consciente de la obra que está realizando y que cada día va escalando un nuevo paso en su poesía, y Jorge Luis Borges, creador de un mundo literario propio que parece que se adueña del autor, en vez de ser al contario, y lo saca del mundo.

Juan Ramón Jiménez defiende la Poesía Pura, término que le costó no pocas burlas por parte de los jóvenes autores de los años veinte y treinta, encabezados por el capitán Neruda (entiéndase la generación de 1927, a quienes empezó apadrinando y con quienes terminó con una áspera relación).
En una carta, a Luis Cernuda llega a decirle que no hay que escribir poesía sino que hay que ser poema. No debe de ser fácil esto último, y si alguien lo consiguió creo que fue él; pues procuró que su obra se contaminara lo menos posible con su tiempo. cosa harto difícil cuando la literatura y el arte nacieron desde el principio de los tiempos con una finalidad clara: perpetuar el poder establecido.
Pero, en contraposición a esta Poesía Pura, surge la poesía impura, la que baja a la calle, la que clama, la que alza la voz. La que busca contaminarse con su tiempo y con los problemas de cada día. A la cabeza de ellos podría estar, entre otros muchos, el capitán Neruda, que cuando llega a España como cónsul, en los años treinta, y en dura contraposición a Juan Ramón Jiménez, crea la revista Caballo Verde para la Poesía "impura". En ella escriben Alberti, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Aleixandre y tantos otros que creen que el Poeta vive en la calle, que echa sus versos al viento del pueblo o explica por qué somos hijos de la ira. La existencia y la aventura en estado puro envuelta en la poesía impura. Nítida queda su declaración de intenciones en el primer número de Caballo Verde para la Poesía: Es muy conveniente, en ciertas horas del día y de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero. de ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico. Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menudo trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo. La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y de los dedos, la constancia de una atmósfera inundando las cosas desde lo interno y lo externo.

Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley. Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y de actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos. Mezclar vida y versos, experiencias y palabras, carne, sangre y vida,; sin eso no tiene sentido la poesía; o sí. Borges, sin embargo, dice bajito en La Rosa Profunda: El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que sin duda son baladíes. Un escritor admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar en su moraleja. No parece que esté muy de acuerdo con el arte comprometido, con el arte que se da a la lucha. Llega incluso a dividir su existencia en dos planos paralelos que nunca llegan a tocarse, el escritor en su torre de márfil y el hombre, que arrastra su difícil existencia.

Dice en Borges y Yo:
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
Desde luego no se puede pecar de ingenuidad, y pensar que el autor lo controla todo.
Nada más difícil, pienso, que aislarse del mundo y de las circunstancias que lo rodean.
Clara queda esa experiencia con Blas de Otero, uno de los representantes de la poesía social:
Aquél que amó, vivió, murió por dentro
Y un buen día bajó a la calle: entonces
Comprendió y rompió todos sus versos.
¿Dónde está la línea que divide la poesía pura (la esencia) y la poesía impura (la existencia)?
¿Hay que entrar en combate?
¿Es mejor sacar el arte del mundo y de su contaminación?
Sábato da una respuesta que contenta a todos, y a ninguno, en su Heterodoxia:
La aventura y la torre de marfil se pueden dar hasta en la misma persona, en virtud de esa ley psicológica, ya entrevista por Heráclito, de la enantiodromía (¡vaya palabra!) de los contrastes. Pascal pasó del esencialismo matemático al existencialismo de su mística; Saint Exúpery pasaba de la aventura a la mecánica y a las matemáticas.
El extrovertido corre hacia la acción y el introvertido se encierra en su torre de marfil. pero todos tenemos en germen ambos personajes, de tal modo que marcan el ritmo de nuestra vida, como dice Goethe en armónica sucesión. Sólo que la oscuridad y el terror pueden hacer que el matemático o el poeta no salgan jamás de su torre al caos, o que el calor de la lucha el vértigo de la aventura, la borrachera de la sangre y de la muerte impidan a hombres como Lawrence (de Arabia) volver a su torre para entregarse a sus añorados clásicos. Y así en las épocas caóticas como ésta, uno de los dos yos puede quedar hundido en el fondo de la inconsciencia, y el ritmo armónico se quiebra.

Cree Sábato que todos llevamos dentro la persona de acción y la persona de arte: la torre de marfil, las palabras, la intimidad por un lado; y la acción , la difícil existencia, las experiencias y la vida, por otro; pero juntas.
T. E. Lawrence soñó siempre con volver a su torre de marfil y a sus clásicos, aunque se lo comiera la aventura en Arabia. Llegó incluso a decir: "Algún día, me conocerán por ser un hombre de letras y no un aventurero".
Creo que en esta sentencia se equivocó, porque la aventura, como una tormenta, se mezcló, con sus escritos y sus poemas, y aunque sus Siete Pilares de la Sabiduría anden de mano en mano, con mucha fortuna, T. E. Lawrence y sus palabras escritas no han podido abandonar nunca las arenas del desierto ni el traje árabe.
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