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MÉXICO, DE COMALA A LA REVOLUCIÓN

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.


No quería morirme sin ver Comala. No podía dejar de viajar a Méjico. Una promesa siempre es una promesa y uno no puede dejar de cumplirla, aunque por algún lado se la cobren caro.

Pero, como siempre me ha pasado en los viajes, sin excepción, cuando he ido buscando cualquier empresa literaria he terminado encontrándome con una aventura totalmente inesperada. Alguna vez, también literaria.


Todavía antes, me había dicho, (corroborado por Juan Rulfo, que lo oyó de su propia boca):


-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.


-Así lo haré, madre.

Por eso vine a Comala.


Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.


El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja."


Bajé del autobús y escuché una frase que hizo que yo no llegara a Comala ese día:


Dicen que soy un pelao y no sirvo pal gobierno. Yo no vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo.


¡Norberto, vente a la Revolución! Y me embarqué en ella como ese gringo, ya entrado en años, que conoció Carlos Fuentes, y que vino a Méjico a palmarla de la mano de Villa y lo consiguió:


¡Le he dado una orden, gringo! ¡Mátelo! ¿No quiere hacerlo? Usted sólo quiere que lo matemos nosotros. ¡Frutos!, tenías razón. Los gringos sólo son buenos dando ideas; pero quieren que otros maten por ellos. Zacarías, vete a pelotón que también vamos a fusilar a este gringo.


A mí me dijeron que convenía empezar por San Luis de Potosí, acompañando a Francisco Madero.

Abrí el libro de Mariano Azuela, que llevaba en la mochila y, de camino, continué leyendo Los de Abajo:


Usté ha de saber del chisme ése de Méjico, donde mataron al señor Madero y a otro, a un tal Félix o Felipe Díaz, ¡qué se yo!... Bueno: pues el dicho don Mónico fue en persona a Zacatecas a traer escolta para que me agarraran. Que diz que yo era maderista y que me iban a levantar. Pero como no faltan amigos, hubo quien me lo avisara a tiempo y cuando los federales vinieron a Limón, yo ya me había pelado. Después vino mi compadre Anastasio, que hizo una muerte, y luego Pancracio, la Codorniz y muchos amigos y conocidos. Después se nos han ido juntando más, y ya ve: hacemos la lucha como podemos.


Así de fácil se unían a la lucha, y yo no iba a ser menos. Además, tenían que ver el poder de convencimiento de las soldaderas, las adelitas y las valentinas. Y eso que mi fotógrafa particular ya venía conmigo.


Seguimos los pasos de la Revolución, y sin perder de vista las tres sierras, llegamos hasta la capital. Menuda fiesta. Villa llegó a sentarse en la silla. Zapata, sin embargo, declinó varias veces el ofrecimiento. "Tanta mandanga por un simple sillón".


Fui soldado de Francisco Villa

de aquel hombre de fama inmortal

y aunque estuviera sentado en la silla

no envidiara la presidencial.


A mí me dieron a elegir y yo me quedé con Zapata. Todo el mundo sabe lo que ocurrió.


Con Zapata muerto me dio por buscar a José Emilio Pacheco, poeta y Premio Cervantes, hijo de un revolucionario que llegó a general de brigada y a quien Álvaro Obregón le quitó el grado y su cargo cuando se negó a firmar el acta que pretendía legalizar el terrible asesinato del general Francisco Serrano. Este hecho dice mucho de él y bueno. Su hijo José Emilio se alistó en otras revoluciones de carácter poético. No es una forma de lucha menor esa.


Subí al avión. Ya era tiempo de volver, y abrí su libro de poemas No me Preguntes cómo pasa el tiempo:

ALTA TRAICIÓN

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques , desiertos, fortalezas,

una ciudad deshecha, gris, mostruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

- y tres o cuatro ríos.


El avión despegó de Quintana Roo, otro revolucionario. La luna venía saliendo de la tierra como una llamarada redonda... ¿Cómo te sientes? Mal.

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