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LA ISLA DEL TESORO, STEVENSON Y EL VIEJO BUCANERO




Si los cuentos que narran los marinos al son de marinos cantos,

hablando de temporales y aventuras, mares cálidos y fríos,

barcos, islas, perdidos robinsones,

bucaneros y enterrados tesoros,

y todas las viejas historias, contadas una vez más

de la misma forma que siempre se contaron,

les gustan todavía a los jóvenes de ahora

como hicieron conmigo:


¿Qué más pedir? Adelante, pues.

¡Al abordaje!


Pero si ya no fuera así,

si tan graves jóvenes hubieran perdido

la maravilla del viejo placer

de acompañar a Kingston o al valiente Ballantyne,

o a Cooper, combatiendo por bosques y mares.


Bien. !Así sea!


Pero que yo pueda

dormir el sueño eterno con todos mis piratas

junto a la tumba donde se pudren ellos y sus sueños.



He pasado muchas noches navegando, escuchando a jóvenes pilotos, curtidos oficiales y viejos capitanes de barco que contaban sus ausencias como si la tierra fuera la mar y la mar, la tierra.

He vivido despedidas en muchos puertos, que ésa es una de las servidumbres que tiene el andar rodeado de gente de mar, y he tenido reencuentros que igual traían bajo el brazo una alfombra del Irán que un coral de los Mares del Sur; pero, sobre todo, sus baúles venían cargados de historias.


El ancla surgió de las aguas y quedó fijada, goteando agua y algas enarenadas. Las velas y largadas restallaron con el viento del amanecer, y casi de inmediato, los barcos fondeados y la tierra empezaron a alejarse, y antes de que, rendido, me tumbase para gozar de ese ensueño, La Española abrió su travesía hacia la isla del Tesoro.


La primera cubierta que pisé, por su voz, fue la del Santiago López. Andaba allí como alumno. Era un barco carbonero que se abastecía de mineral en Asturias y lo llevaba hasta Kenitra y Safí. No fue un mal comienzo. Luego, embarqué en elCastillo de Mombeltrán. El carbón no me dejaba de la mano, ni yo a él.


Cuando hubo que largas velas porque por aquí no había trabajo, lo hice; pensando que los mares no tienen fronteras y que puedes navegar muchos días sin necesidad de pasaporte. Afortunadamente el corazón del mar todavía no tiene dueño. Dibujé en las cartas el rumbo y terminé en Suecia, embarcado en el Gothia. Hubiera deseado embarcar con Melville en un ballenero, pero el destino nos separó y a mí me llevó a Goteborg y al Gothia. Él, todo el mundo sabe dónde acabó.


Pasaron días y semanas. El marfileño Pequod había cruzado lentamente cuatro campos de pesca: el de las Azores, Cabo verde, desembocadura del río de la Plata y el Campo Carroll, lugar situado al sur de Santa Elena. Fue, mientras nos deslizábamos por estas últimas aguas, cuando, cierta noche serena iluminada por la luna, y las olas pasando como cilindros de plata en medio de un silencio argentino, se vio a lo lejos un chorro plateado. Iluminado por la luna parecía algo celestial, un dios empenachado y brillante que surgiera del mar.


En el Gothia cargábamos pasta de papel en Suecia y la llevábamos a Italia, hacíamos puerto en Palermo, Catania, Nápoles, Sicilia y Civitaveccia donde embarcábamos ropa, telas o vinos que se vendían en Portugal y España; y de allí, de nuevo a tierra vikinga. El Báltico no tiene amigos en invierno. Alguna vez consiguió atraparnos y necesitamos para deshacernos de sus ataduras heladas la ayuda de un cortahielos. ¡Poneos a la estela!


El Gothia duró lo que duran dos inviernos y me enrolé en el Tinny, un petrolero que comerciaba con gasolina y queroseno para aviones. Allí me gané el sobrenombre de "steerman". Llenábamos tanques en Rumania y navegábamos hacia el Canal de Suez, haciendo escala en Estambul, la Bizancio del alma, rumbo a los Mares del Sur. En Vietnam, me cogió aquella guerra en la que los americanos y el vietcong bajaron de la mano hasta El corazón de las Tinieblas y en Haifa, atracados en puerto, llovió sobre el mundo la Guerra de los Seis Días que creo que dura hasta hoy. Puedo jurar que yo sólo pasaba por allí.

En el viaje de vuelta se compraba el carburante en Irak o en Irán, el carburante y alfombras persas. Y de nuevo, de regreso a Goteborg con algunas escalas para hacer negocio.


También, una vez, nos abordaron unos piratas, pero ése fue un problema menor. Una historia extraña que merece un capítulo propio.

El Tinny dejó su alma frente a las costas de Túnez, cuando una explosión en la sala de máquinas reventó las calderas y lo dejó maltrecho; a él y a un tripulante. De los remolcadores, mejor no hablar, pues no se daban a la ayuda si no se declaraba el barco en salvamento, cuestiones del Derecho de la mar, los seguros y la recompensa. El dinero que lo enloda todo, hasta el azul del mar.

Después...


Frente a mí, a menos de media milla, estaba La Española, navegando con las velas desplegadas. Inmediatamente pensé que iba a caer en manos de aquellos piratas, pero me sentía tan desfallecido, sobre todo por la falta de agua, que ya no sabía si aquello debía alegrame o no; tampoco pensé más en ello, porque la sorpresa se apoderó hasta tal punto de mí, que no pude hacer más que mirar y maravillarme.


Así que nunca dejo de la mano a Stevenson, ni a Conrad, ni a Swift, ni a Melville, ni a Cooper, ni a Pérez Reverte, ni a O´Brien, ni a Kingston, ni a Ballantyne...

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