BORGES, EL ENAMORADO
- norbertoruizlima
- 1 nov 2016
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Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert.
Völsunga Saga, 27 Tomó la espada Gram, y la colocó entre ellos desenvainada
1964 no fue un mal año. En Estados Unidos, el catorce de marzo se televisó por primera vez el veredicto de un jurado. Jack Ruby fue condenado a la silla eléctrica por matar a Lee Harvey Oswald, quien antes, presuntamente, había matado al presidente Kennedy con la misma bala. La silla eléctrica se quedó esperando. Pero la bala, la misma bala antigua, sigue sin freno de muerto en muerto y de alma en alma. Esa bala que corre por los labios de Borges, todavía viva. Esta bala es antigua. En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo, Arredondo, que había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin cómplices. Treinta años antes, el mismo proyectil mató a Lincoln, por obra criminal o mágica de un autor, a quien las palabras de Shakespeare habían convertido en marco bruto, asesino de César. Al promediar el siglo XVII, la venganza la usó para dar muerte a Gustavo Adolfo de Suecia, en mitad de la pública hecatombe de una batalla. Antes, la bala fue otras cosas, porque la transmigración pitagórica no sólo es propia de los hombres. Fue el cordón de seda que en el Oriente reciben los visires, fue la fusilería y las bayonetas que destrozaron a los defensores del Álamo, fue la cuchilla triangular que segó el cuello de una reina, fue los oscuros clavos que atravesaron la carne del redentor y el leño de la cruz, fue el veneno que el jefe cartaginés guardaba en una sortija de hierro, fue la serena copa que un atardecer bebió Sócrates. En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas que hoy ni siquiera imaginamos y que podrán concluir con los hombres y con su prodigioso y frágil destino.

1964 no fue un mal año. Aunque Nelson Mandela fuera condenado a cadena perpetua por sabotaje en ese otro juicio histórico que hizo posible que por todos los oídos fuese escuchada su voz y reclamada su palabra por todas las gargantas. Clamó Mandela al mundo en el juicio:
No negaré que yo planeé el sabotaje. No lo planifiqué con espíritu temerario, ni porque amé la violencia. Lo planeé como resultado de una sobria y calmada evaluación de la situación política que ha surgido después de muchos años de tiranía, explotación y opresión de mi pueblo por los blancos.
1964 no fue un mal año. En Estados Unidos el presidente Johnson firmó el proyecto de Ley de los Derechos civiles, que abogaba por la igualdad en derecho de voto, educación y afiliación sindical, y que posibilitaba que blancos y negros compartieran los mismos asientos en los autobuses, otorgándoles el justo derecho a respirar el mismo aire, con independencia de la raza, color, religión u origen nacional. Un paso más allá de la decimotercera enmienda que defendió un larguirucho hombre de las montañas, cien años antes, y que fue asesinado con la misma bala antigua que viaja de cuerpo en cuerpo y de alma en alma: Por obra criminal o mágica de una actor, a quien las palabras de SHakespeare habían convertido en Marco Bruto, asesino de César. 1964 no fue un mal año. La sonda lunar americana "Ranger 7" tomó las primeras fotografías cercanas de la luna antes de impactar contra ella. El primer paso para que el dios Apolo pusiera su alado pie sobre el adorado satélite terrestre. Conquistar la luna, aquello que soñaron todos los poetas, Borges incluido, con más valor que el Oro de los Tigres.
Dos hombres caminaron por la luna
Otros después. ¿Qué puede la palabra,
Qué puede lo que el arte sueña y labra,
ante su real y casi irreal fortuna?
Ebrios de horror divino y de aventura,
Esos hijos de Withman han pisado
El páramo lunar, el inviolado
orbe que antes de Adán, pasa y perdura.
el amor de Endimión en su montaña,
el hipogrifo, la curiosa esfera
De Wells, que en mi recuerdo es verdadera,
Se confirman. De todos es la hazaña.
No hay en la Tierra un hombre que no sea
Hoy más valiente y más feliz, el día
Inmemorial se exalta de energía
por la sola virtud de la Odisea
De esos amigos mágicos. La luna,
Que el amor secular busca en el cielo,
con triste rostro y no saciado anhelo,
será su monumento, eterna y una.

1964 no fue un mal año. A ti, Borges, el enamorado, puede que te evoque la sombra de haber sido un desdichado. Tu mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías. Y puede que no fuera sólo tu pecado. Un hombre puede cometer todos los errores posibles y, algunos, dos veces. Ambos lo sabemos. Cuéntanos, que andamos impacientes, qué pasó aquel año de 1964:
1964
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado, cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Pero, tú y yo, Borges, (aunque, hubieras escrito ese poema de arrepentimiento, y el Hacedor hubiera puesto en tus labios la sentencia: Yo que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquél en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbag), sabemos que Matilde Urbag apareció, como una flor de Oriente, lo suficientemente a tiempo como para redimirte de tus remordimientos:

He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados.
Ya sé por qué escribiste Ulrika. Ya sé por qué en tu lápida aparecen escritas unas palabras, en inglés antiguo, de la Balada de Maldon: And ne forhtedon na (y sin temer nada); porque tú, al final, como todos los hombres, mereciste un milagro y un beso; y te fuiste de esta morada terrenal sin nada de lo que arrepentirse y sin nada que temer. Ulrika, me apartó con suave firmeza y luego declaró: "Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto que no me toques. Es mejor que así sea." Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que no se espera. el milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades en Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrika, que me había negado su amor.
Ese milagro, con ansias esperado, ocurrió muchos años después con el nombre de María. Gracias María, María Kodama. Aunque 1964 no fue un mal año; bueno, salvo que yo nací en 1964 para todo lo demás no fue un mal año.
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